Tras esto, a doña Paz no le quedó más remedio que buscarse un nuevo sitio donde vivir, y se instaló en las cloacas del que siempre había sido su barrio, lugar en el que la comunidad ratuna la acogió con las patas abiertas. Doña Paz vive con ellas desde entonces, y ha visto ya pasar ante sus ojos a varias generaciones, por lo que las considera sus hijas. Ellas la respetan, y se cuidan mutuamente.
Doña Paz sale por las noches de su clausura subterránea para buscar restos de comida por las calles, y aunque no es muy habladora, en un momento de intimidad nos confesó que "no es tan duro cuando has vivido una guerra civil". Ella comparte sus hallazgos con sus pequeñas, y estas le dan calor
Puede extrañarnos esta manera de ver la vida, pero la Abuela Rata afirma ser feliz así, y nos despide diciéndonos que "no lo cambiaría por nada del mundo".
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